Norman Foster deseaba un sacapuntas a medida. Encargó a Norie Matsumoto que creara un «sacapuntas de escritorio para tres tamaños de lápiz, con un compartimento para recoger las virutas». Ese sacapuntas le permitiría hacer punta a lápices de distintos tamaños, lo que resulta imprescindible en la vida de un arquitecto. El «deseo» de Foster se amplió a un juego de sacapuntas para sus distintas mesas de trabajo. «Desde que yo recuerde, el lápiz y yo hemos sido compañeros inseparables, ya que hacer bocetos y garabatos forma parte integral de mi vida», explica.