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The Invisible Store of Happiness («El contenedor invisible de felicidad»): fabricando

Según el dicho, se requiere de todo un pueblo para criar a un niño, de modo que pese a que Sebastian Cox y Laura Ellen Bacon son los principales diseñadores de The Invisible Store of Happiness («El contenedor invisible de felicidad»), no son de ninguna manera los únicos que han contribuido a hacerlo realidad.

«¿Estáis todos listos?», pregunta Cox. «Sí», responde Jo Weaden. «Yo también», se suma George Mead. «Y yo», gritan a la una Becky McGowan, Kate y Jack Finlay Huberry. «¿Laura?», apunta Cox. «Lo estoy», responde ella.

Cox abre una pequeña puerta, tira de una tabla de madera de cerezo vaporizada de 2,4 m de longitud poniéndosela sobre el hombro y se dirige rápidamente hacia donde está su equipo. Juntos, la colocan en la plantilla. «Uno, dos y tres», dice Cox, y doblan la madera, ahora maleable, en torno a una figura de molde hecha para la ocasión. En cuestión de segundos, las abrazaderas en G la sostienen en su sitio a medida que la madera empieza a enfriarse.

Estas longitudes de madera de cerezo curvada al vapor, unidas entre sí por 11 diferentes juntas empalmadoras, formarán la estructura horizontal de la instalación que AHEC ha encargado a Cox y a Bacon y que estará expuesta bajo el arco en la Orden de San Juan durante la Semana del Diseño de Clerkenwell, en Londres. Se fijarán a montantes mediante simples juntas entalladas.

Los diseñadores, que querían trabajar con lo que proporcionara el bosque, no sabían con qué se encontrarían hasta que no llegara la madera. «Fue muy emocionante», afirma Cox. «No es madera de calidad FAS, pero no hay nada malo en ello. La clasificación por calidades solo atañe a la estética, en un esfuerzo por facilitar la comercialización de los materiales, pero ¿por qué querer que la madera tenga un aspecto uniforme? Se trata de una planta, cuyas vetas, células y nudos son enormemente fascinantes. No esperaba que se pareciera a esto». Cuatro paneles terminales exhibirán la madera de frondosas en toda su imperfecta belleza: los nudos, grietas y albura del cerezo y las líneas onduladas de crecimiento del arce «veteado».

La madera se corta en longitudes rectas sobre una sierra de mesa, y, a continuación, se cepilla y «regruesa», lo que da lugar a longitudes uniformes con costados que forman ángulos de 90 grados entre sí. Lleva solo dos semanas producir la materia prima con la que trabaja el equipo. Y cada vez que se enciende una máquina, también lo hace un cronómetro. Las fichas técnicas enumeran la cantidad de CO2 utilizado por cada máquina por hora, lo que permite al equipo calcular el coste total de carbono del proyecto. «Estoy ansioso por reunirme con el equipo de análisis de ciclo de vida de AHEC para revisar los datos», confiesa Cox, visiblemente nervioso. La madera de las «extensiones» del interior de la estructura se corta con una molduradora de husillo y una pila de láminas circulares de giro. Las ranuras se cortan paralelas a la longitud de la madera, lo que da lugar a cintas de madera maleables atadas al extremo sin cortar.

Las cintas se remojan en agua para imitar la madera verde tradicionalmente utilizada para el curvado con vapor, y se vaporizan para que queden lo suficientemente flexibles como para poder darles forma a mano. «Son realmente bonitas y, casualmente, similares al sauce con el que suelo trabajar», afirma Bacon. La madera se fijará al bastidor con una junta entallada en un extremo y en el otro se anclará en ranuras de la estructura. «Mi intención es torcer y flexionar cada cinta al máximo sin romperla», añade la escultora. «Algunas no se doblan casi nada mientras que otras sí lo hacen, creando una sensación real de volumen y movimiento».

La instalación se construirá en el taller, antes de dividirse en tres piezas para su transporte a Clerkenwell y a la feria de muestras 100% Design, en Olimpia (celebrada del 23 al 26 de septiembre de 2015), donde se volverá a ensamblar.

«Seb, ¿podemos probar con una pieza muy larga?» pregunta Weaden con impaciencia, volviendo al curvado con vapor. «Sí, ¿por qué no?», responde Seb, y allá que van de nuevo. Sí que se requiere de un pueblo, como dice el dicho.